“Assassini”, novela que plantea un tema cuando menos atractivo, narra el complicado mundo que rodea la sucesión de un Papa antes de que se produzca su muerte, en este caso esperada tras una larga enfermedad. El dinero, las ansias de poder y la ambición, toman posiciones en un mundo subterráneo donde los hilos se mueven sin compasión.
Sinopsis
El Papa agoniza en su lecho de muerte y su sucesión desata un enfrentamiento de intereses inconfesables.
En Nueva York se produce una serie de misteriosos asesinatos de religiosos, entre ellos sor Valentine, hija de un poderoso hombre de negocios. El hijo de éste, Ben, un ex jesuita que conoce las entrañas de la Iglesia, se encarga de la investigación. En su camino es amenazado y presionado para que abandone el caso. Su hermana fue asesinada porque se acercó demasiado a la verdad y otro tanto le puede ocurrir.
Sin embargo, solo es la punta del iceberg de una siniestra conspiración sin precedentes en la historia de la Iglesia. Los ‘assassini’, un grupo de clérigos violentos y fanáticos que conocen los secretos más recónditos del Vaticano, no están dispuestos a permitir que nadie se interponga en sus tenebrosas maquinaciones.
Por primera vez una obra de ficción se atreve a profundizar en los complejos entresijos de poder y corrupción del Vaticano.
Thomas Gifford (1937-2000), estadounidense, se graduó en Harvard y muy pronto comienza a colaborar con algunas editoriales. En 1975 debuta con su obra “Un viento helado”, ganando el prestigioso premio Putnam Award, y en 1977 su novela “El hombre de Lisboa” se convierte en un best seller mundial. Como escritor de novela negra alcanzó fama internacional con “El legado Glendower” (1978), que culminó más tarde con “Assassini” (1990), llegando a lo más alto de las listas de éxito. Falleció en el año 2000, aunque sus novelas siguen siendo una referencia del thriller americano.
“Assassini” es la clásica novela de suspense con un argumento que a Gifford le exigió grandes esfuerzos e indagaciones, sobre todo por la supuesta complicidad de la Iglesia Católica con los nazis durante la 2ª Guerra Mundial. No en vano incluye una nota expresa en su libro indicando que empleó nueve años entre investigación y posterior redacción. Para ello contó con la inestimable ayuda de muchas personas, tanto dentro como fuera de la Iglesia, aunque también se ha quejado de que ha habido otras que le obstaculizaron su trabajo en “una tarea notablemente intimidatoria”. Una novela de intriga entre realidad y ficción en la que, tras almacenar una gran cantidad de información, entrevistas y documentos legales, solo se atrevió a publicar según cuenta parte de lo descubierto.
Uno de los motivos por los que este tipo de obras tiene éxito es porque en general nos atrae creer que organizaciones cerradas como la Iglesia, servicios de inteligencia, gobiernos,.. son poseedoras de grandes secretos, con unas estructuras jerárquicas muy complejas, capaces de cosas impensables para mantener el poder o su influencia en la sociedad. En “Assassini” la historia transcurre en 1982 con el Papa Calixto IV en sus últimos momentos de vida y una sucesión que desata una serie de luchas internas por hacerse con el poder, aderezado por una serie de asesinatos de religiosos cuya investigación conduce, en una de sus ramas, hasta el papado de Pio XII. Una clase de argumento que, en el caso de la Iglesia, no surgió como a algunos les gusta creer con el “Código Da Vinci” de Dan Brown. Más bien podríamos decir que se puso de moda gracias a la enorme publicidad, su polémico planteamiento, y en especial por el rechazo público de la propia Iglesia. Se trata de un tema de siempre en la literatura, incluso “Assassini”, publicada en 1990, es muy anterior a la novela Brown (2003).
Uno de los nudos centrales de la novela se centra como ya hemos dicho en la controvertida participación de la Iglesia durante la 2ª Guerra Mundial. Como simple complemento, también para situar mejor al lector, a continuación mostramos unas pequeñas pinceladas bajo distintos puntos de vista. Desde un análisis histórico, en lo concerniente al pueblo judío existen tres períodos claramente distinguibles acerca de la conducta del Papa Pío XII durante la guerra: una primera etapa, que va desde 1945 a 1963, en la que la comunidad internacional tenía una imagen positiva por su intervención en su favor; una segunda que se extiende desde 1963 hasta finales del siglo XX, en la que predomina la visión de un Papa alineado con los nazis, tesis abonada por algunos historiadores; y una tercera etapa, la actual, en la que otro grupo de historiadores vuelven a presentar una imagen positiva del Pontífice.
Durante los años posteriores al conflicto, la opinión acerca del papel que jugó Pío XII era muy favorable. Por ejemplo, Albert Einstein en Time Magazine, 23 de diciembre de 1940, decía: “Siendo un amante de la libertad, cuando llegó la revolución a Alemania miré con confianza a las universidades sabiendo que siempre se habían vanagloriado de su devoción por la causa de la verdad. Pero las universidades fueron acalladas. Entonces miré a los grandes editores de periódicos que en ardientes editoriales proclamaban su amor por la libertad. Pero también ellos, como las universidades, fueron reducidos al silencio, ahogados a la vuelta de pocas semanas. Sólo la Iglesia permaneció de pie y firme para hacer frente a las campañas de Hitler para suprimir la verdad. Antes no había sentido ningún interés personal en la Iglesia, pero ahora siento por ella un gran afecto y admiración, porque sólo la Iglesia ha tenido la valentía y la obstinación de sostener la verdad intelectual y la libertad moral. Debo confesar que lo que antes despreciaba ahora lo alabo incondicionalmente”. El New York Times, en su editorial del día de Navidad de 1942, también afirmaba: “La voz de Pío XII es la única voz en el silencio y oscuridad que envuelve a Europa esta Navidad… Él es el único gobernante que queda del continente de Europa que se atreve a hablar en voz alta”.
Campos Eliseos. Tropas alemanas desfilando en el París ocupado, uno de los escenarios en que transcurre “Assassini”.
Peter Gumpel, historiador, jesuita alemán amenazado por los nazis, ponía en boca de Sor Pascalina Lehnert, la famosa Sor Pascualina, gobernanta, de gran ascendencia sobre Pio XII, llamada la “Virgo potens” por aquellos que soportaban mal su influencia y posición de privilegio (no hay que olvidar que en un mundo tradicionalmente cerrado y dominado por hombres, las mujeres desempeñaban tareas muy subalternas y, desde luego, no en el entorno inmediato del Papa), las siguientes palabras acerca de lo que había escuchado decir al cardenal Eugenio Pacelli (Pío XII) sobre Hitler: “Este hombre está completamente exaltado; todo lo que dice y escribe lleva la marca de su egocentrismo; este hombre es capaz de pisotear cadáveres y eliminar todo lo que le sea un obstáculo. No llego a comprender como hay tantas personas en Alemania que no lo entienden y no saben sacar conclusiones de lo que dice o escribe. ¿Quién de éstos al menos se ha leído su espeluznante Mein Kampf?” (“Mi lucha”, libro escrito por Hitler en el que dejó plasmadas sus aberrantes ideas, entre ellas la superioridad de la raza aria). Sor Pascualina también dejó declarado bajo juramento: “El cardenal alemán Michael von Faulhaber y otros obispos estaban persuadidos de que Hitler estaba endemoniado, así que alertaron al Santo Padre, y éste, cuando empezó la guerra, no solo hizo oraciones, sino que recurrió al exorcismo sobre Hitler en su Capilla privada, presentes nosotras, las religiosas”.
El escritor Ronald J. Rychlak, conocido por sus textos sobre el papel del Pío XII en la 2ª Guerra Mundial, afirma que después del conflicto la izquierda italiana trató de desprestigiarle diciendo que había sido aliado de Hitler. Para ello se basó fundamentalmente en la imagen controvertida mostrada en la obra de teatro “El Vicario” (1963) del alemán Rolf Hochhuth, que apoyada en documentación provista por la KGB rusa proponía socavar la autoridad del Vaticano, imputando al Papa no haber adoptado medidas ni expresado una clara posición contra el Holocausto. Teoría a la que se adhieren algunos historiadores, entre ellos expertos del pueblo judío, aunque hubo quien como John Cornwell ofrecía una imagen más equilibrada diciendo que no tenía mucho margen de acción bajo la dictadura de Mussolini y posterior ocupación nazi. Eso si, manteniendo que Pío XII no habló con claridad al concluir la guerra. Una posición que incluso fue secundada por el estado de Israel y que se puede sintetizar en lo escrito en el monumento del Yad Vashem (obra en memoria de los más de seis millones de judíos asesinados en los países ocupados por Alemania, que eterniza con sus archivos, biblioteca, escuela y museos para enseñanza de las futuras generaciones y para que la terrible tragedia no sea jamás olvidada ni tampoco repetida): “Cuando fue elegido Papa en 1939, archivó una carta contra el racismo y el antisemitismo que su predecesor había preparado. Aún tras la llegada al Vaticano de informes sobre el asesinato de judíos, el Papa no llevó a cabo ninguna protesta ni verbal ni por escrito. En diciembre de 1942, se abstuvo de firmar una declaración de los Aliados que condenaba la exterminación de judíos. Cuando éstos fueron deportados de Roma a Auschwitz, el Papa tampoco intervino. El Papa mantuvo su posición neutral durante la Guerra, con la excepción de algunas apelaciones a los dignatarios de Hungría y Eslovaquia al final de la misma. Su silencio y la falta de una guía obligaron a los hombres de la Iglesia en toda Europa a decidir por su propia cuenta como reaccionar”. Sin embargo, en contra de la teoría de que Pío XII era antisemita, el historiador judío Elliot Hershberg señala: “Quien examina la gran cantidad de documentos, testimonios, evidencias probadas y demostrables, debe necesariamente concluir que el Papa Pío XII fue un afectuoso y solidario amigo del pueblo judío… Como judío conozco bien el antisemitismo, y no existe ni rastro de prejuicio antijudío en la vida de Eugenio Pacelli”.
En el centro, el Papa Pío XII.
En 1999 se creó la Comisión judeo-católica de historiadores, un grupo mixto formado por judíos y católicos cuyo objeto era examinar el papel de la Iglesia durante el Holocausto, pero en 2001 fue suspendida tras importantes desacuerdos, principalmente por la imposibilidad de acceder a la documentación en poder del Vaticano. Diálogo que se reinició en 2010. En el año 2012 se encontraron en los archivos de Yad Vashem documentos que atestiguan la disposición favorable del cardenal Pacelli (Pío XII) a la creación de un Estado judío en Palestina, y tras varias aportaciones las autoridades del Yad Vashem modificaron el texto escrito en el monumento según se indica:
“El Vaticano, bajo Pío XI, Achille Ratti, y representado por el Secretario de Estado Eugenio Pacelli, firmaron un concordato con la Alemania Nazi en julio de 1933 con el objetivo de preservar los derechos de la Iglesia Católica en Alemania”.
“La reacción de Pío XII, Eugenio Pacelli, sobre el asesinato de judíos durante el Holocausto es materia de controversia entre los eruditos. Durante el desarrollo de la 2ª Guerra Mundial, el Vaticano mantuvo una política de neutralidad. El Pontífice se abstuvo de firmar la Declaración de los Aliados del 17 de diciembre de 1942 condenando el exterminio de los judíos. Sin embargo, en su mensaje radial de Navidad del 24 de diciembre de 1942, se refirió a los ‘cientos de miles de personas que, sin ninguna culpa de su parte, a veces por su nacionalidad u origen étnico, han sido consignados a la muerte o a una lenta desaparición’. Los judíos no fueron explícitamente mencionados. Cuando los judíos fueron deportados de Roma hacia Auschwitz, el Pontífice no hizo protesta pública alguna. La Santa Sede apeló separadamente a los gobernantes de Eslovaquia y Hungría en favor de los judíos”.
“Los críticos del Papa sostienen que la decisión de abstenerse en condenar el asesinato de los judíos por la Alemania Nazi constituye una falta moral: la falta de una guía clara dejó espacio para que muchos colaboraran con la Alemania Nazi, reasegurados por la idea que no contradecía a la enseñanza moral de la Iglesia. Esto también dejó la iniciativa del rescate de los judíos a clérigos individuales y laicos. Sus defensores sostienen que esta neutralidad previno medidas más duras contra el Vaticano y las instituciones de la Iglesia de toda Europa, permitiendo que una considerable actividad de rescate tuviera lugar en diferentes niveles de la Iglesia. Por otra parte, señalan los casos en los que el Pontífice ofreció apoyo a las actividades en los que judíos fueron rescatados. Hasta que todo el materia relevante este a disposición de los eruditos, este asunto permanecerá abierto a futuras investigaciones”.
El relato de “Assassini” es irregular; arranca con fuerza, pero se vuelve lento durante la primera mitad de la obra. Seguramente por la débil ligazón entre los distintos escenarios, Pierde fuelle, enredándose en demasiadas explicaciones previas. Sin embargo, consigue superarlo gracias al interés del argumento y sobre todo a una segunda mitad espléndida, bien construida, trepidante, que acaba en un gran epílogo. Entretenida, deja un buen sabor de boca final.
