En un post anterior hemos tratado el tema de los empleados “tóxicos”. Son aquellas personas que basan su actuación en reducir la estima de los demás y que con sus actitudes negativas intentan enturbiar el clima laboral, no dudando en difundir falsos rumores. Dijimos también que por su capacidad demostrada eran motivo de preocupación de sus jefes, y añadíamos, “… sin olvidar que entre estos últimos se dan los ‘impresentables’, ‘déspotas’ o ‘cretinos’, que con sus galones se creen en posesión de la verdad”, algo que prometimos abordar en otro momento. Pues bien, éste ha llegado.
Dependiendo del ámbito, no solo en el trabajo, en realidad casi todos somos jefes o empleados según hacia donde se mire. Según nuestro lugar en la ‘cadena’ y también su dirección podemos comprobar que es así. Por ejemplo, un jefe puede ser un empleado “tóxico” siempre que en la organización se mire hacia ‘arriba'; y a la inversa, que es el caso del presente post, cuando se dirige la vista hacia ‘abajo’, lugar donde precisamente nos podemos encontrar con los llamados jefes “tóxicos”.
Se habla mucho de gente “tóxica” para referirse a aquellas personas agresivas, autoritarias, indiscretas, envidiosas, neuróticas y en general problemáticas. En esos casos, casi siempre solemos pensar en el colaborador, el compañero de trabajo, pero no es muy corriente hacerlo del jefe. ¡¡Craso error!! Porque, aunque solo sea desde un punto de vista estratégico, los jefes “tóxicos” contribuyen, ¡y de que manera!, a devaluar el talento, y por tanto el compromiso, de los profesionales de una empresa, uno de sus mayores valores en un contexto adecuado. Si la toxicidad se “contagia”, el malestar producido reduce de forma drástica todo tipo de implicación. Ya dijimos que las personas “tóxicas” minan la confianza, el gran activo social de cualquier comunidad. Un menor talento colectivo vuelve menos eficientes a los procesos y los jefes “tóxicos” consiguen contagiar la insatisfacción a los empleados, quienes a su vez lo transmiten a los clientes, formando todo parte de una cadena que se traduce al final en una evidente disminución en los resultados de una empresa.
Según datos del World Economic Forum (institución internacional dedicada a mejorar la situación del mundo a través de la cooperación público-privada), en el año 2013 España ocupaba el puesto 45 del mundo en Calidad Directiva. Un 38% de los jefes en nuestro país eran “tóxicos”, y tan solo el 16% líderes en crear un clima de alto rendimiento y satisfacción. Y lo peor es que en los últimos años hemos ido empeorando en algo tan importante que afecta a la competitividad. Porque… ¿cual es la diferencia entre un jefe y un líder? Si bien lo ideal es que todo jefe sea un líder, por desgracia no ocurre con frecuencia: ¡¡el título de líder hay que ganárselo día a día!! Líder es aquel que dirige, guía a su equipo, y consigue desarrollar el talento natural de sus miembros. Por el contrario, el jefe ordena, impone, y muchas veces solo espera de sus empleados disciplina y obediencia. El líder se apoya en la inteligencia emocional, aspecto muy valorado para dirigir personas del que ya hemos hablado, genera un clima de confianza y consigue que le sigan de manera voluntaria. Sin embargo, el jefe en un sentido peyorativo es alguien que no conoce la autocrítica ni tampoco le interesa.
Iñaki Piñuel, psicólogo, profesor de Organización y Recursos Humanos, uno de los primeros especialistas europeos en la investigación del mobbing o acoso psicológico en el trabajo, en su libro: “Neomanagement. Jefes tóxicos y sus víctimas”, dice que hay jefes que no sólo no ayudan, estimulan, coordinan y apoyan a sus colaboradores, sino que además les “intoxican”, destruyen, humillan y hasta “queman”. La palabra autoridad viene del latín auctoritas, derivado de auctor, cuya raíz “augere” significa hacer progresar, crecer. Por tanto, tiene autoridad aquella persona que ayuda a crecer. Hay quien tan solo tiene poder, que a veces utiliza para impedir el crecimiento de los que están a sus órdenes. Solo se llega a tener autoridad si el poder es bien utilizado. Por eso el jefe “tóxico” es aquel que se siente, se lo crea o no, superior; incluso hasta los más inseguros tienen necesidad de mostrarlo. En organizaciones tóxicas suelen actuar de forma casi natural, pues aprenden fácilmente, aunque solo sea por mimetismo, de otros jefes “tóxicos” a los que han visto actuar o de los que han sido asimismo víctimas. Hasta en ocasiones, cuando se muestran agresivos, una de sus facetas, suelen ser tolerados atribuyendo su actuación al hecho de ser “personas con carácter” o sencillamente con un “son así” o “hay que aceptarlos como son”.
En una empresa existen jefes que adoptan actitudes tóxicas de todo tipo, que lejos de reforzar el talento de los trabajadores influyen de forma negativa en su motivación. Los hay de muy diversos tipos. Se podrían hacer muchas clasificaciones. Por nombrar solo a algunos y centrarnos como ejemplo en sus actitudes podríamos citar cinco estereotipos de los más comunes:
1. El jefe egocéntrico.-
Tiene una perspectiva equivocada sobre cual es su función y autoridad. Con poca empatía con los empleados, su ego está muy por encima de todo.
2. El jefe veleta.-
Es imprevisible por sus constantes cambios de humor. Tiende a cambiar de opinión con frecuencia.
3. El jefe incompetente.-
No está preparado para asumir su función y además no hace autocrítica.
4. El jefe ordeno y mando.-
Utilizan el miedo como forma de autoridad creando una gran distancia con sus empleados, lo que dificulta la comunicación.
5. El jefe que no se equivoca nunca.-
Culpan siempre de sus errores a terceros y no se hacen responsables de sus fallos.
Se le atribuye a Einstein la siguiente frase: “Sólo dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana, y no estoy seguro de lo primero”. John Hoover, autor del libro “Como trabajar para un jefe idiota”, que no es exactamente un jefe “tóxico” aunque se le parece bastante, aparte de aconsejar no leer su libro en la oficina porque las carcajadas podrían atraer la atención del jefe, sea idiota o no, deja algunas frases tan curiosas como:
“Los jefes idiotas son los escollos mutantes de la evolución organizativa y tienen una inmunidad semejante a la de la cucaracha a las calamidades que azotan a la gente creativa y con verdadero talento”.
“A diferencia del resto de las categorías, sin incluir a los jefes buenos, el jefe idiota es simplemente un jefe que no se entera de nada”.
“Con un poco de poder los idiotas pueden volver loco a cualquiera. Con mucho poder pueden llegar a aterrorizar el planeta. No porque sean malos, sino porque tienen ideas raras en la cabeza. Y eso es peligroso en una cabeza que no está diseñada para pensar”.
Para terminar con una sentencia que incita a la reflexión:
“Ser un buen jefe es tan fácil que nos lleva a preguntarnos por qué hay quien invierte tanto esfuerzo y energía en ser un jefe malo”.
Hoover, doctor en filosofía, ex jefe idiota, ejecutivo de Disneyland, además de consultor de grandes empresas como Hilton, IBM o Xerox, en la sinopsis del libro indica con claridad lo que el lector va a encontrar:
¿Sospechas que tu jefe es un idiota o lo crees firmemente? ¿Su actitud hacia ti, el modo en el que se comporta y sus palabras te sacan de quicio? Sádicos, idiotas, maquiavélicos, dioses, colegas, etcétera, son muchas las tipologías de jefes. Necesitas conocer las claves de la personalidad del tuyo para hacerte un hueco en el trabajo, prosperar e incluso sobrevivir.
Esta obra ofrece las claves para la supervivencia en el enmarañado mundo laboral especialmente ahora que el trabajo se ha convertido en una misión imposible. Como no puedes luchar contra un jefe idiota ni desafiarlo ni cambiarlo, únete a él y empieza a disfrutar de las ventajas que esto implica. Si sigues correctamente los consejos, descubrirás cómo mejora la relación con tu jefe idiota y como el estrés y la tensión desaparecen. Una obra desternillante e imprescindible para todos aquellos que viven subyugados por jefes idiotas y que están hartos de las noches en vela, de los ansiolíticos y de los psicólogos. Descubre que la felicidad en el trabajo es posible, empieza hoy mismo a perfilar tu estrategia y no te conviertas en un idiota.
Además del jefe idiota, Hoover establece otras 7 clases de jefes: buenos, dioses, maquiavélicos, masoquistas, sádicos, paranoicos y colegas, para los que también da algunos consejos:
1. El buen jefe.
Es el que sabe compartir información de manera puntual y hace que la gente se sienta partícipe y reconocida. Convierte la comunicación abierta y sincera en una de sus prioridades.
2. Jefe dios.
Hay que dirigirse a él tal y como desea, seguir sus reglas. Le gusta que le pidan excusas por anticipado, con un por ejemplo ¿te parece bien que…?, reconocer su presencia y no ignorarlo.
3. Jefe maquiavélico.
Además de ponerle al corriente de todo, se debe usar con frecuencia la expresión “me encargaré de ello por ti”, enfatizando en “por ti”, muy importante.
4. Jefe masoquista:
No le gusta que le elogien ni darle buenas noticias. Necesita fustigarse destacando siempre lo negativo. Por eso lo mejor es huir de él porque nunca estará contento.
5. Jefe sádico:
En este caso es más difícil huir, porque acecha de forma constante a su presa. Hay que fingir que la carga del trabajo es superior a la realidad, quejarse, aparentar estar siempre ocupado, concentrado, y no exteriorizar alegría.
6. Jefe paranoico:
Está siempre a la contra pensando que todo lo que le rodea es una conspiración hacia él. Lo mejor para poder escapar es hacerle pensar que es así. Por ejemplo, callando apenas entra en nuestra oficina.
7. Jefe colega:
Es aquel que apenas tiene amigos y necesita hacerlos en el lugar de trabajo. Los que peor lo pasan son los trabajadores eficientes porque deben añadir un tiempo extra a su jornada normal para compensar el tiempo perdido hablando de nimiedades con él.
En realidad, John Hoover explica como es el ambiente laboral cuando un jefe es verdaderamente un idiota. Aporta consejos, no para librarse de ellos, pues siempre existirán, sino para no amargarse y soportar mejor la convivencia. “La idiotez está ahí y no podemos hacer nada, sólo podemos manejar la nuestra”. Afirma que la simulación es crucial para la supervivencia y proclama una advertencia: “Actúa con inteligencia. No esperes que tu jefe idiota elabore cualquier tipo de plan ridículo para mantenerte ocupado también a ti. Estudia los objetivos de tu departamento y de tu empresa y sugiere planes para alcanzarlos. Cuando tu jefe idiota se ponga la medalla por ello, déjalo pasar”.
El alto grado de tolerancia a la mediocridad en un entorno laboral promociona muchas veces al inepto, de ahí que algunos jefes sean expertos en conseguir que sus empleados decidan irse. Hay quien confunde fidelidad con competencia y muchos jefes se rodean de mediocres por ser su única forma de brillar. Ejemplos hay muchos. Basta con echar un vistazo a la política actual para darnos cuenta que está llena de jefes “tóxicos” verdaderos incompetentes. Ahora bien, siempre se pueden sacar conclusiones positivas de cualquier situación adversa. Tal y como dice la frase: “lo que no te mata, te hace más fuerte”, y dado que el trabajo es sagrado, lo más conveniente cuando uno se encuentra con un jefe “tóxico” o un jefe idiota será adaptarse hasta que todo se normalice. Será necesario perfilar una estrategia para que el estrés que generan pueda disminuir. ¿Cuál es el peor jefe del mundo? Seguro que para cada uno,… el suyo. Hasta Groucho Marx lo tenía claro: “Los jefes son como las nubes, cuando desaparecen se arregla el día”.
