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Cantabria en el recuerdo: “Los raqueros de Santander”

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Con este post iniciamos una serie de pequeñas historias sobre algunos de los personajes o lugares típicos de la Cantabria de antaño. Y lo hacemos con los “raqueros de Santander”, unos niños pobres, marginales, muchos de ellos huérfanos, que en los siglos XIX y XX frecuentaban los muelles de su bahía, sobreviviendo a base de pequeños hurtos y de las monedas que los transeúntes, sobre todo los tripulantes y pasajeros de los barcos atracados, les arrojaban al mar para que las sacasen buceando.

El término ‘raquero’ con el que fueron apodados aquellos niños parece ser que les fue puesto por los tripulantes de los barcos ingleses a los que robaban. Según algunos, les comenzaron a llamar ‘raquers’, término castellanizado del inglés ‘wrecker’ (ladrón de barcos, saqueador de naufragios), aunque muchos otros sostienen que se trata de una palabra derivada del latín ‘rapio-is’ (arrebatar, arrastrar, llevar violenta o precipitadamente). La realidad es que en el diccionario de la RAE figuran tres acepciones para la palabra raquero: dos de ellas referentes a personas y una en concreto a ‘ratero que hurta en puertos y costas’.

Niños ‘raqueros’ buceando en el muelle de la bahía de Santander en busca de monedas.

Personajes típicos santanderinos, estos niños fueron descritos por José María de Pereda en uno de los cuentos incluidos en su obra ‘Escenas montañesas’. Así lo cuenta:

“El Muelle de las Naos, efecto de su libérrimo gobierno, ha sido siempre, para los hijos de Santander, el teatro de sus proezas infantiles. Allí se corría la cátedra; allí se verificaban nuestros desafíos a trompada suelta; allí nos familiarizábamos con los peligros de la mar; allí se desgarraban nuestros vestidos; allí quedaba nuestra roñosa moneda, después de jugarla al palmo o a la rayuela; allí, en una palabra, nos entregábamos de lleno a las exigencias de la edad, pues el bastón del polizonte nunca pasó de la esquina de la Pescadería; y no sé, en verdad, si porque los vigilantes juzgaban el territorio hecho una balsa de aceite, o porque, a fuer de prudentes, huían de él. Esta razón es la más probable; y no porque nosotros fuéramos tan bravos que osáramos prender a la justicia: es que sobre ésta y sobre nosotros mismos, medio aclimatados ya a aquella temperatura, estaba el verdadero señor del territorio haciendo siempre de las suyas; el que intervenía en todos nuestros juegos como socio industrial; el que pagaba si perdía, con el crédito que nadie le prestaba, pero que, por de pronto, ganaba cuanto jugábamos; el que con sólo un silbido hacía surgir detrás de cada montón de escombros media docena le los suyos, dispuestos a emprenderla con el mismo Goliat; el que era tan indispensable al Muelle de las Naos como las ranas a los pantanos, como a las ruinas las lagartijas; EL RAQUERO, en fin. Este era el terror de los guindillas, el aluvión de nuestras fiestas, la rama de aquellos pantanos, la lagartija de aquellos escombros; el original del retrato que, con permiso de ustedes, voy a intentar con mejor ánimo que colorido.

La palabra raquero viene del verbo raquear; y éste, a su vez, aunque con enérgica protesta de mi tipo, del latino rapio is, que significa tomar lo ajeno contra la voluntad de su dueño. Yo soy de la opinión del raquero: su destino, como escobón de barrendero, es apropiarse de cuanto no tenga dueño conocido: si alguna vez se extralimita hasta lo dudoso, o se apropia lo del vecino, razones habrá que le disculpen; y, sobre todo, una golondrina no hace verano. El raquero de pura raza nace, precisamente, en la calle Alta o en la de la Mar. Su vida es tan escasa de interés como la de cualquier otro ser, hasta que sabe correr como una ardilla: entonces deja al materno hogar por el Muelle de las Naos, y el nombre de pila por el gráfico mote con que le confirman sus compañeros; mote que, fundado en algún hecho culminante de su vida, tiene que adoptar a puñetazos, si a lógicos argumentos se resisten. Lo mismo hicieron sus padres y los vecinos de sus padres. En aquellos barrios todos son paganos, a juzgar por los santos de sus nombres”.

Monumento en homenaje a los “raqueros”.

Aunque se trata de personajes habituales en las ciudades con mar, el término ‘raquero’ es de uso acuñado solo en Cantabria, en concreto en Santander. Tal fue su fama que hoy que se puede contemplar en su recuerdo un pequeño monumento (2007) en el que reza una placa que dice:
“Personajes típicos santanderinos, descritos por José María de Pereda, que en los siglos XIX Y XX frecuentaban las machinas y acostumbraban a darse un cole en Puerto Chico, buceando en las aguas de la bahía para recoger las monedas que los curiosos les lanzaban”.
Situado al final del Paseo de Pereda, entre el Palacete del Embarcadero y el Club Náutico de Santander, próximo a Puertochico, frente a la dársena donde amarraban los barcos para carga y descarga, allí están inmortalizadas en un lugar privilegiado cuatro figuras de bronce de tamaño natural, obra del escultor José Cobo Calderón, en las que se puede contemplar a un ‘raquero’ de pie, mirando al mar, en otras dos están sentados y el último en posición de lanzarse al agua. Unos ‘raqueros’ que forman parte de la historia de la ciudad y de la memoria colectiva.


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